La casa
Desde sus inicios, a partir de siglo VI a.C., el modelo de vivienda celtibérica pervivió, sin a penas variación, hasta la conquista romana. Los espacios domésticos se acomodaron a un tipo de casa de planta rectangular, cuya superficie media oscilaba entre 40 y 50 metros cuadrados. La base era de piedra y los muros estaban recrecidos con postes de madera y adobe o tapial, techadas con cubierta vegetal, a una o dos aguas.
La casa se dividía, generalmente, en tres estancias. La primera, a la que se accedía desde la calle, era la más luminosa de todas y estaba destinada a actividades domésticas y artesanales (se han encontrado pesas de telar, molinos, tijeras); a continuación, una habitación más grande, donde comía, descansaba y reunía la familia en trono al hogar (situado en el centro o en un lateral de la estancia), bancos corridos y vasares sobre las paredes para guardar la vajilla; la tercera estancia servía de almacén de aperos y de despensa. Era frecuente la existencia en estas casas de una estancia subterránea, la bodega-cueva, dependencia típica de la casa celtibérica, que tenía como finalidad la conservación de alimentos. Los suelos eran de tierra apisonada y las paredes estaban enlucidas interiormente con un manteado de barro y cal.
Actividades domésticas
La casa además de facilitar cobijo sirvió como unidad de producción; así procesar los alimentos, tejer y elaborar las ropas de vestir, hacer los recipientes cerámicos o acondicionar objetos metálicos fueron actividades realizadas en el ámbito doméstico.
La presencia habitual en el interior de las casas de aperos de labranza, elementos de molienda y silos para el almacenamiento indica la práctica de una agricultura extensiva, caracterizada por la producción cerealista de secano y circunscrita, tal como revelan los análisis de polen y de semillas, a los terrenos cercanos a los asentamientos. Para el consumo doméstico se transformaba el grano en harina, utilizándose dos tipos de molinos (el de vaivén y el circular); seguidamente se tamizaba y se procesaba en forma de tortas, panes o gachas.
El espacio doméstico ha proporcionado también otros utensilios relacionados con la actividad ganadera; tijeras, cardadores, piezas de hilado y telar (contrapeso del huso y pesas de telar), cencerros y queseras formaron parte del utillaje necesario en la explotación primaria y secundaria de los recursos animales. Entre las especies documentadas se conocen bóvidos, ovejas y cabras, suidos y équidos, junto a las aves de corral. Además los caballos, mulos y asnos proporcionaban ayuda para la agricultura y el transporte.
En menor número aparecen evidencias arqueológicas que ponen de manifiesto la práctica de la caza, pesca y recolección de frutos silvestres, como complemento necesario de la ganadería y la agricultura. Los restos de ciervos, corzos, jabalíes y conejos, junto con anzuelos y el análisis de los restos vegetales, como las bellotas presentes en los molinos, permiten atestiguar su importancia en el conjunto global de la economía.