La conquista del valle del Ebro
La conquista de la Celtiberia por Roma tuvo lugar a lo largo del siglo II a.C., a partir del año 200. Los avances romanos se iniciaron bordeando las elevaciones de los sistemas Ibérico y Central, hasta alcanzar Calagurris (188-187) aguas arriba del Ebro, y disponer su base en los extremos de Corbion y Segeda. En un segundo momento, la victoria romana sobre los celtíberos en la batalla de Mons Chaunus (Moncayo) y la toma de Complega, en el 179, llevó al tratado de Graco, que consiguió una paz duradera, conciliando algunas peticiones celtibéricas (reparto de tierras) con las exigencias romanas (pago de tributo, obligación de prestar servicio militar, no edificar ciudades nuevas ni fortificar las viejas, y concesión a algunas ciudades indígenas del derecho a acuñar moneda). Finalmente, Graco fundó una nueva ciudad, Gracurris (Alfaro), en la desembocadura del río Alhama, para proteger la frontera del territorio conquistado.
En este momento la zona controlada por Roma no sobrepasaba Segeda (El Poyo de Mara, Zaragoza), al sur del Moncayo, ni Arecoratas (probablemente Muro, en Soria, que después sería refundada como Augustobriga), al norte de este monte; a ellas se les había concedido el derecho de acuñar moneda de plata, y representaban los apoyos romanos para seguir la conquista. Todavía quedaban fuera del control romano el Alto Tajo, Alto Jalón y Alto Duero.
Desde la paz firmada con Graco, la situación económica y social interna de los celtíberos se fue agravando por la constante presión y abusos de los administradores romanos. Emisarios de las dos provincias de Hispania se trasladaron a Roma, en el 171, para protestar por estas irregularidades y exponer su circunstancia, pero Roma hizo poco caso. Todo ello llevó a una situación insostenible, que ocasionó un gran levantamiento de lusitanos y celtíberos, independientemente, en el 154 a.C.
La conquista del Alto Duero, Tajo y Jalón
La línea de frontera, mantenida hasta entonces, se desplazó hacia el Alto Tajo-Jalón y Alto Duero, a partir del 154 a. C., con el inicio de las guerras celtibéricas, que se desarrollaron en dos fases: una primera del 153 al 151 a.C., y una segunda, cuyo centro fue Numancia, entre el 143 y el 133 a.C.
Las guerras celtibéricas hicieron necesario modificar la constitución romana, para poder enviar cónsules de prestigio antes del periodo de los10 años, que debía transcurrir de un nombramiento a otro; y al mismo tiempo, el hecho de que el cónsul designado pudiera hacerse cargo del ejército al inicio de la campaña en primavera, llevó a adelantar del 15 de marzo (idus) al 1 de enero (kalendas) su nombramiento y toma de posesión –para que tuviera tiempo de trasladarse a la Península-, lo que obligó al cambio del inicio del año romano, que es el que se ha mantenido hasta el momento actual.
El pretexto para la declaración de guerra estuvo desencadenado por la ciudad de Segeda (El Poyo de Mara, Zaragoza). Esta ciudad estaba procediendo a la remodelación de su territorio, congregando de grado o por la fuerza a los pobladores de los alrededores (los titos), y comenzó a ampliar su recinto y a construir una nueva muralla de 8 km. de perímetro, lo que provocó el enfrentamiento con Roma, ya que ésta interpretó que se alteraba el tratado de Graco.
El Senado envió a Fulvio Nobilior, con un ejército de "poco menos de 30.000 hombres" contra los segedenses, quienes, al enterarse y no haber acabado de fortificar su ciudad, pidieron acogida con sus mujeres e hijos a los numantinos, que los recibieron como aliados y amigos. De esta manera, Numancia fue arrastrada a la guerra de forma injustísima, al decir de Floro, a pesar de haberse abstenido hasta entonces de participar en los combates.
Tras las sucesivas derrotas infligidas por segedenses y numantinos a Nobilior, la ciudad de Numancia encabezó la resistencia celtibérica, prolongándose a lo largo de 20 años, con un periodo de paz entre el 151 y el 143 a.C. pactada con Marcelo, que representaba la facción pacifista del Senado. Pero a partir de este último año se reiniciaron los combates con más virulencia, erigiéndose Numancia, la ciudad más poderosa de los arévacos, al decir de Apiano, como protagonista exclusiva de la resistencia indígena, hasta su destrucción en el año 133 a.C. por el cónsul Escipión Emiliano. A esta fase de la guerra, los historiadores romanos la denominaron Bellum Numantinum, que frenó en seco durante diez años la hasta ese momento imparable expansión romana por la Península Ibérica.