Infantería y caballería
Los Celtíberos se organizaban para pelear en grupos de a pie y a caballo. La caballería constituía entre el 20 y el 25 % del total; tenían más importancia que en otros pueblos, y por supuesto que en el ejército romano en donde representaba del 10 al 14 %. Los infantes llevaban fama de ser rápidos, hábiles y vigorosos al igual que sus caballos. Su pertrecho era ligero: pequeño escudo circular o caetra; dardo con el que eran muy hábiles hasta los 40 metros; honda, espada corta y casco. Dice Plutarco, que eran expertos en escalar montañas, ligeros y rápidos, hasta el punto que cuenta Livio que “las asperezas del lugar hacían inútil la velocidad de los celtíberos, cuya costumbre en las batallas es atacar corriendo”.
Los jinetes, al igual que los infantes, vestían habitualmente túnica corta, escudo colgado en el lado derecho del pecho del caballo, tahalí para la espada, una o dos lanzas y a veces casco. Según Estrabón: “cría toda la Iberia cabras y caballos monteses en abundancia…”, “los de Celtiberia son moteados o pintados de varios colores, y si los trasladan a la Hispania Ulterior mudan de color…”, “en agilidad y destreza para las carreras aventajan a los demás pueblos”. Silio Itálico se refiere a los caballos que cría Uxama: “…son fuertes para la guerra, en la que resisten largos años, y con su bravura apenas sufren el freno u obedecen a la voluntad del jinete”. Éstos aprovechaban las inmejorables características de los caballos celtibéricos, adiestrándolos a subir por fuertes pendientes y a hincarse o detenerse de inmediato cuando convenía.
El perfeccionamiento en el adiestramiento de los caballos queda bien reflejado en las necrópolis celtibéricas, donde son frecuentes los duros y fuertes bocados de doma, de largas camas rectas, frenos partidos, con rienda y falsa rienda, serretas, serretones y filetes partidos. Tan solo en Numancia se han encontrado pequeñas espuelas de bronce, y en Aguilar de Anguita también numerosas herraduras de los siglos IV y III a.C.
Estrategia de guerra
Jinetes e infantes iban mezclados a la guerra, utilizando la táctica que los romanos denominaron “concursare”, que consistía en cambios rápidos de ataque y huída, es decir, guerra de guerrillas, que conlleva actuación por sorpresa y en terrenos de escasa maniobrabilidad para un ejército grande, como desfiladeros, barrancos y zonas abruptas. Todo ello se apartaba de la concepción de la guerra de cualquier ejército regular y, por tanto, del romano, lo que llevó a los historiadores de la antigüedad a hablar de indisciplina y de grupos de bandidos.
Los jinetes, cuando era necesario auxiliar a la infantería, desmontaban y actuaban como tales; a veces también el jinete iba acompañado de un soldado de a pie. Solamente en momentos difíciles se agrupaban en columna en forma de cuña. En 195 cerca de Toledo “atacaron en cuña, en mayor número y en filas más apretadas, estrechando con más fuerza a los romanos”. El paso de los ríos los verificaban fácilmente a nado, sobre odres hinchados, donde tras poner sus vestiduras y escudos se tendían encima.
Según Livio, 4.000 infantes y 200 caballos formaban una legión completa y no debieron superar nunca las 8 legiones, es decir, unos 35.000 guerreros, en el 181 a.C.; pero desde ese momento se acusa un claro descenso, no sólo por la disminución de la población a causa de la guerra, sino también porque cada vez Roma controlaba más población; así, en el 153 a.C., se habla en Numancia de 20.000 infantes y 5.000 jinetes (se refiere a numantinos y segedenses juntos); en el 143 a.C, se mencionan 8.000 y, en el 137 a.C., solamente 4.000 (referidos a Numancia).